SOUTHERN CROSS

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SUDÁFRICA: Catorce Meses Después, by Ernesto García

Ese era justamente el tiempo que hacía que no me subía a un avión de dos pasillos, que es como en nuestra jerga solemos llamar a los vuelos de larga distancia. Y es que la pandemia lo ha cambiado todo, incluyendo las restricciones de viaje y los múltiples y cambiantes confinamientos locales, regionales y nacionales a los que todos estamos sujetos en mayor o menor medida. El pasado mes de enero se me presentó la oportunidad de efectuar una escapada a Sudáfrica, de la mano de Qatar Airways y Sabi Sabi, y cuando se acercaba el día de salida, volví a sentir los nervios de mis primeros viajes de joven, combinados en este caso con la inquietud lógica de hacer un viaje en estos momentos, y siempre con la incertidumbre del resultado de los sucesivos PCRs obligatorios. El viaje en sí fue emocionante y a la vez extraño, porque entre vuelos, escalas y un último trayecto por carretera, me pasé nada menos que 32 horas seguidas con mascarilla (no la misma, obviamente), que únicamente me quitaba para comer y beber. Todo ello valió la pena cuando llegué a la Reserva Privada de Sabie Sand, anexa al célebre Parque Nacional Kruger, al este de Sudáfrica. Tuve la fortuna de alojarme en Sabi Sabi Earth Lodge, uno de los cuatro establecimientos que Sabi Sabi Luxury Safari Lodges propone en su propia reserva privada. Se trata de una empresa familiar que abrió su primer lodge allá por 1979, y esa gestión familiar, cercana y amigable se nota en todos y cada uno de los detalles: tras unos días allí el personal te llama ya por el nombre, te explica cómo es su vida en una reserva y, en definitiva, te invita a formar parte de su familia. El resto lo pone la naturaleza, que todo lo envuelve y que se acaba convirtiendo en el protagonista absoluto de la experiencia. Tras casi un año cerrado, ya no solo al turismo, sino incluso al propio personal (excepto el mantenimiento esencial) y hasta a los ocasionales cazadores furtivos, animales y plantas se habían adueñado del territorio hasta unos niveles que ni los rastreadores locales de la etnia Shangaan recordaban. Los grandes mamíferos habían recuperado sendas que no pisaban desde mediados del siglo pasado. Más que nunca, nosotros nos sentimos precisamente eso: personajes de visita en tierra de otros.

Durante nuestros días allí pudimos rodar en cómodos y amplios vehículos todoterreno descubiertos entre inmensos rebaños de búfalos, ñús, cebras, impalas y toda suerte de antílopes, que además estaban en pleno proceso de cría, así que entre los ejemplares adultos se movían docenas de pequeños que daban sus primeros pasos. Ya en nuestro primer safari al amanecer no tardamos en ver rinocerontes, jirafas, elefantes en grandes manadas y carnívoros como el guepardo, también de cría, hienas o licaones. Un espectáculo digno del mejor documental. El quinto y último de los Big Five se hizo de rogar: el leopardo apareció de repente la primer noche, tras una curva, ya de regreso al lodge. La ventaja fundamental de hacer un safari fotográfico en una reserva privada es la exclusividad de no cruzarse apenas con otros vehículos, y de poder pararse a disfrutar del paisaje y de los animales a pocos pasos de ellos, acompañados únicamente de un impresionante silencio y de un horizonte infinito.

Lectura recomendada: «The Elephant Whisperer» de Lawrence Anthony.

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